Señor
Cardenal:
1. Me ha
alegrado la noticia de que el Pontificio Consejo para los Laicos ha organizado
un Seminario de Estudio sobre las Jornadas Mundiales de la Juventud en el
Santuario de Jasna Góra, en Czestochowa .
Al mismo
tiempo que me alegro por esta iniciativa tan oportuna, no quiero que a los
participantes les falte mi palabra de ánimo, junto a mi más sincero
reconocimiento por lo que han hecho en favor de los jóvenes de todo el mundo.
Ante todo
¿cómo no dar gracias a Dios por los numerosos frutos que, a distintos niveles,
han brotado de las Jornadas Mundiales de la Juventud? Desde el primer
encuentro, celebrado en la Plaza de San Pedro el Domingo de Ramos de 1986, se
ha consolidado una tradición que alterna, de año en año, un encuentro mundial y
otro diocesano, subrayando el indispensable dinamismo del compromiso apostólico
de los jóvenes, tanto en la dimensión local como universal.
Las
Jornadas, acogiendo una iniciativa propuesta por los mismos jóvenes, han nacido
del deseo de ofrecerles significativos «momentos de pausa» en la constante
peregrinación de la fe, que se alimenta también mediante el encuentro con los
coetáneos de otros Países y el intercambio de las propias experiencias.
La
finalidad principal de las Jornadas es la de colocar a Jesucristo en el centro
de la fe y de la vida de cada joven, para que sea el punto de referencia
constante y la luz verdadera de cada iniciativa y da toda tarea educativa de
las nuevas generaciones. Es el «estribillo» de cada Jornada Mundial. Y todas
juntas, a lo largo de este decenio, aparecen como una continua y apremiante
invitación a fundamentar la vida y la fe sobre la roca que es Cristo.
2. Por
este motivo los jóvenes son invitados periódicamente a hacerse peregrinos por
los caminos del mundo. En ellos la Iglesia se ve a sí misma y su misión entre
los hijos de los hombres; con ellos acoge los desafíos del futuro, consciente
de que toda la humanidad necesita una renovada juventud del espíritu. Esta
peregrinación del pueblo joven construye puentes de fraternidad y de esperanza
entre los continentes, los pueblos y las culturas. Es un camino siempre en
movimiento. Como la vida. Como la juventud.
Con el
paso de los años se ha demostrado que las Jornadas de la Juventud no son ritos
convencionales, sino acontecimientos providenciales, ocasiones para que los
jóvenes profesen y proclamen cada vez con más alegría su fe en Cristo. Estando
juntos pueden interrogarse sobre las aspiraciones más profundas, experimentar
la comunión con la Iglesia, comprometerse con la urgente tarea de la nueva
evangelización. De esta forma se dan la mano, formando un gran corro de
amistad, uniendo los colores de la piel y de las banderas nacionales, la
diversidad de las culturas y de las experiencias, en la adhesión de fe en el
Señor resucitado.
3. La
Jornada Mundial de la Juventud constituye la jornada de la Iglesia para los
jóvenes y con los jóvenes. Su propuesta no es una alternativa de la pastoral
juvenil ordinaria, frecuentemente realizada con gran sacrificio y abnegación.
Más bien quiere fortalecerla ofreciendole nuevos estímulos de compromiso, metas
cada vez más significativas y participativas. Tendiendo a suscitar una mayor
acción apostólica entre los jóvenes, no quiere aislarlos del resto de la
comunidad, sino hacerles protagonistas de un apostolado que contagie a las
otras edades y situaciones de vida en el ámbito de la nueva «evangelización».
Los
distintos momentos de que consta una Jornada Mundial constituyen en su
globalidad una forma de vasta catequesis, un anuncio del camino de conversión a
Cristo, a partir de la experiencia y de los interrogantes profundos de la vida
cotidiana de los destinatarios. La Palabra de Dios es el centro, la reflexión
catequética el instrumento, la oración el alimento, la comunicación y el
diálogo el estilo.
En una
Jornada Mundial el joven puede vivir una fuerte experiencia de fe y de
comunión, que le ayudará a afrontar las preguntas más profundas de la
existencia y a asumir responsablemente el propio lugar en la sociedad y en la
comunidad eclesial.
4.
Durante los inolvidables Encuentros Mundiales, frecuentemente me ha
impresionado el amor alegre y espontáneo de los jóvenes hacia Dios y hacia la
Iglesia. Han contado historias de sufrimiento por el Evangelio, de obstáculos
aparentemente infranqueables superados con la ayuda divina; han hablado de su
angustia frente a un mundo atormentado por la desesperación, el cinismo y los
conflictos. Después de cada Encuentro, he sentido más vivo el deseo de alabar a
Dios que revela a los jóvenes los secretos de su Reino (cfr. Mt 11,25).
La
experiencia de las Jornadas Mundiales nos invita a todos nosotros, Pastores y
agentes de pastoral, a reflexionar constantemente sobre nuestro ministerio
entre los jóvenes y sobre la responsabilidad que tenemos de presentarles la
verdad plena sobre Cristo y su Iglesia.
¿Cómo no
leer en su participación masiva, disponible y entusiasta la petición constante
de que les acompañemos en la peregrinación de fe, en el viaje que realizan
respondiendo a la gracia de Dios que actúa en sus corazones?
Se
dirigen a nosotros para que los llevemos a Cristo, el único que tiene palabras
de vida eterna (cfr. Jn 6,68). Escuchar a los jóvenes y enseñarles exige
atención, tiempo y sabiduría. La pastoral juvenil constituye una de las
prioridades de la Iglesia en el umbral del tercer milenio.
Con su
entusiasmo y su exuberante energía, los jóvenes piden que se les anime a ser
«protagonistas de la evangelización y artífices de la renovación social» (Christifideles Laici, 46). De esta forma los
jóvenes, en quienes la Iglesia reconoce su juventud de Esposa de Cristo (cfr. Ef
5,22-33), no sólo son evangelizados, sino que ellos mismos se transforman en
evangelizadores llevando el Evangelio a sus coetáneos, incluso a los que están
alejados de la Iglesia y a los que todavía no han oído hablar de la Buena
Noticia.
5. Al
mismo tiempo que exhorto a los responsables de la pastoral juvenil a servirse
cada vez con más generosidad y creatividad de las Jornadas Mundiales de la
Juventud como acontecimiento que, dentro del itinerario normal de educación a
la fe, sea una manifestación privilegiada de la atención y de la confianza que
toda la Iglesia siente hacia las jóvenes generaciones, deseo que el encuentro
de Czestochowa ayude y estimule a la reflexión de los participantes para
encontrar caminos siempre nuevos y eficaces en la propuesta de fe a los
jóvenes.
Confiando
los trabajos del Seminario de estudio a la intercesión de la Virgen de Jasna
Góra, Madre de los jóvenes, imparto de corazón mi Bendición Apostólica a usted,
Señor Cardenal, a sus colaboradores, a los participantes y a cuantos ellos
representan y llevan en el corazón.
Vaticano,
8 de mayo de 1996
Juan Pablo II
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